


CAFE DIARIO, JAPON.- En el mundo de la realeza, donde las decisiones personales están muchas veces subordinadas y condicionadas al deber y al protocolo, la historia de la princesa Mako de Japón destaca como un acto de "valentía inusual".
Nacida bajo el peso de siglos de tradición imperial, Mako, sobrina del emperador Naruhito, optó por lo impensado: renunciar a su título y privilegios reales para casarse con el hombre que amaba, Kei Komuro, un ciudadano común sin lazos con la aristocracia.
El romance entre Mako y Kei comenzó en los pasillos de la Universidad Cristiana Internacional de Tokio, donde ambos estudiaban. Su historia parecía sencilla, casi universitaria, pero en el contexto de la Casa Imperial Japonesa, fue todo un acontecimiento revolucionario.
Desde el principio, la relación enfrentó duras críticas mediáticas, que fueron en aumento cuando se conocieron los problemas financieros relacionados a la madre de Komuro, que escalaron en un escándalo nacional. La expareja de su madre reclamaba una suma de dinero que, aunque era modesta, fue suficiente para detener la boda inicialmente prevista para 2018 y alimentar una polémica que duraría años. Durante ese tiempo, Mako vivió bajo una presión intensa.
Los medios japoneses no dejaban de cubrir cada paso de la pareja, y la opinión pública se dividía entre el apoyo al amor libre y la defensa de la tradición. El conflicto tuvo consecuencias personales para la princesa, que desarrolló un trastorno de estrés postraumático debido a la continua exposición negativa.
A pesar de todo, en octubre de 2021, Mako y Kei se casaron en una sencilla ceremonia civil, la más discreta en la historia de la realeza japonesa contemporánea. En ese momento, Mako no solo dejó de ser princesa, sino que también rechazó la indemnización de 1,3 millones de dólares que el gobierno japonés otorga a las mujeres reales que abandonan su estatus tras casarse con plebeyos.
Tampoco aceptó conservar sus joyas reales, ni su tiara de diamantes: decidió empezar de cero, sin privilegios ni riquezas, movida únicamente por la convicción de que su vida debía ser vivida junto al hombre que amaba.
Juntos se mudaron a Nueva York, una ciudad que representa el polo opuesto de la estructura rígida del Palacio Imperial. Allí, lejos de los lujos y las reverencias, Mako adoptó una vida tranquila y sin protocolos.
Fue vista comprando en mercados locales, perdiéndose por las calles de Manhattan, pidiendo indicaciones, caminando de la mano con su esposo, viajando en bus, entre otras actividades cotidianas. No obstante, la renuncia al trono no fue una renuncia a su vocación.
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