


Por: Esmildry Rodríguez Medrano
CAFE DIARIO, SANTO DOMINGO.- En la interacción cotidiana, la amabilidad suele ser percibida como un gesto decorativo, más relacionado con la cortesía que con la firmeza. No obstante, en distintos entornos profesionales, esta cualidad funciona como una fuerza organizadora que reduce tensiones innecesarias. ¿Qué cambia cuando las decisiones se comunican desde un trato digno, incluso en contextos difíciles? La experiencia demuestra que los equipos trabajan con mayor disposición cuando se sienten tratados con respeto. Por ello, ejercer autoridad no debe ser sinónimo de dureza, sino de equilibrio entre determinación y consideración.
En este sentido, a continuación, es importante reconocer que la amabilidad no implica tolerar faltas ni suavizar criterios técnicos. Muy por el contrario, permite sostener posturas firmes desde un lenguaje que no erosiona el vínculo humano. Las personas, al margen de su cargo, conservan su sensibilidad frente a las formas. Cuando alguien se siente humillado, incluso si acepta la instrucción, es probable que lo haga desde el resentimiento. En cambio, cuando se le habla desde la dignidad, la respuesta suele ser más colaborativa.
De este modo, este principio general puede extenderse a las dinámicas empresariales y contractuales. Las negociaciones más sostenibles son aquellas en las que ninguna de las partes se siente agredida por el trato recibido. No se trata de ceder lo esencial, sino de cuidar el modo en que se ejerce cada prerrogativa. La letra fría del acuerdo puede mantenerse intacta, pero el tono con el que se transmite modifica su recepción. De ahí que, incluso en litigios, una comunicación respetuosa facilite mejores salidas.
Además, en el ejercicio del liderazgo, se ha observado que la amabilidad genera mayor influencia que la intimidación. Las personas no solo obedecen por temor o jerarquía, también siguen a quienes les inspiran seguridad emocional. Un equipo no rinde por obligación indefinida, sino por compromiso con quienes validan su esfuerzo. Esa validación no requiere elogios desmedidos, sino un trato que reconozca al otro como interlocutor válido. En ese sentido, la amabilidad no es una debilidad, sino una forma de autoridad madura.
En resumen, actuar con amabilidad no resta fuerza, sino que la canaliza con inteligencia. Los entornos donde esta práctica se instala como norma tienden a ser más sostenibles en el tiempo. No porque eliminen los conflictos, sino porque los gestionan sin violencia emocional. La forma también comunica, y a veces dice más que el fondo. Por eso, en cualquier espacio profesional o personal, la amabilidad merece ocupar un lugar central, no como excepción, sino como principio general.
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