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Opinión

Instrucciones sin reflexión

Por: Esmildry Rodríguez Medrano

CAFE DIARIO, SANTO DOMINGO.- En la mayoría de los entornos formativos se privilegia seguir instrucciones sin cuestionar, por encima de desarrollar un juicio propio que pueda derivar en un cambio de idea.

Desde la infancia se refuerza la noción de que acatar directrices es más valioso que formar criterio. Así, se entrena para ejecutar, pero no para discernir. En este contexto, vale preguntarse: ¿de qué sirve formar personas obedientes si no saben pensar por sí mismas? Esta práctica limita el progreso de una ciudadanía crítica y participativa.

Del mismo modo, el ámbito profesional refleja esa misma lógica. En lugar de impulsar la iniciativa, se prefiere la docilidad. Las estructuras rígidas desalientan la innovación y premian el conformismo. Cuando alguien propone mejoras, es percibido como un desafío a la autoridad. Ese ambiente genera trabajadores funcionales, pero no pensadores.

Asimismo, el campo jurídico exige más que la simple aplicación de normativas. Requiere comprender el trasfondo de cada disposición y evaluar sus repercusiones. Aplicar sin contexto puede derivar en injusticias o distorsiones institucionales. Por eso, no basta con conocer la ley; es necesario interpretarla con responsabilidad. Solo así se evita caer en prácticas automatizadas sin conciencia.

Por consiguiente, resulta preocupante que cuestionar sea visto como una falta de respeto. El pensamiento independiente no debería incomodar, sino enriquecer. Formar individuos con criterio fortalece cualquier organización o sociedad. El silencio por temor a represalias es un síntoma de entornos autoritarios extremistas. Por esto, promover el diálogo debe ser una prioridad ineludible.

En síntesis, una educación centrada en la dependencia ciega debilita las bases del razonamiento. Cuando se instruye sin invitar a la reflexión, se inhibe el desarrollo de mentes lúcidas y éticas. La verdadera formación va más allá de la repetición: impulsa la comprensión profunda y la autonomía. Construir sociedades donde los ciudadanos procuren pensar debería ser el objetivo, no que actúen por inercia. Pensar, en esencia, también es una forma de responsabilidad colectiva.

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