


CAFÉ DIARIO, HAITÍ (EFE). – En Haití, ni siquiera la muerte se libra de la violencia. Cementerios históricos como el Gran Cementerio de Puerto Príncipe, fundado hace más de 250 años, han caído bajo el control de bandas armadas que cobran sumas exorbitantes a las familias para permitirles enterrar a sus muertos. Lo que antes era un ritual colectivo cargado de música, procesiones y comunidad, hoy se ha transformado en un duelo clandestino marcado por el miedo y la extorsión.
“Estamos asistiendo a una transformación radical del duelo haitiano. Las prácticas colectivas que daban sentido a la muerte han sido desmanteladas por la lógica del miedo y la extorsión. Es la muerte de la muerte”, advierte Jean Wilner Jacques, antropólogo experto en cultura funeraria caribeña.
En la Rue de l’Enterrement, tradicional epicentro de los servicios funerarios, las puertas metálicas de las funerarias permanecen cerradas y los autos fúnebres han desaparecido. Para realizar un entierro, los responsables de funerarias deben negociar directamente con los grupos armados que controlan cada cementerio. “Hasta 2.000 gourdes (15 dólares) solo por entrar con el cuerpo”, asegura un empresario que, por seguridad, pide mantener su nombre en reserva.
El costo total de un funeral se ha duplicado en cuatro años: de 100.000 gourdes (762 dólares) en 2021 a más de 200.000 (1.523 dólares) en 2025. En muchos casos, las familias ya no pueden costearlo. Mireille, una mujer de 52 años, cuenta que tuvo que pagar 50.000 gourdes (318 dólares) para enterrar a su madre en Turgeau, lejos del nicho familiar del Gran Cementerio, tomado por las pandillas.
En zonas rurales como Petite-Rivière, Artibonite, el miedo es el mismo. “Nadie quiere enterrar a sus muertos en los cementerios controlados por el grupo Gran Grif. La gente camina horas con el ataúd a cuestas para llegar a un lugar seguro”, afirma el magistrado Dort Lereste.
Algunos cementerios como Fragneau-Ville en Delmas han visto aumentar la demanda, obligándolos a construir nichos en altura para ahorrar espacio. Otros, como el Parc du Souvenir, apenas funcionan tras saqueos y robos millonarios.
La crisis funeraria también afecta a las morgues, donde decenas de cuerpos se acumulan sin sepultura por falta de recursos o de familiares que puedan reclamarlos. Con cortes constantes de electricidad, la descomposición avanza en horas. “Hay cadáveres aquí desde hace más de tres meses. Nadie viene a buscarlos porque no pueden pagar ni el ataúd”, lamenta Joseph Bernard, dueño de una funeraria en Croix-des-Bouquets.
El fenómeno no es aislado: según la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití (Binuh), entre enero y junio de 2025 se registraron 4.026 asesinatos, mientras que 1,3 millones de personas han sido desplazadas por la violencia de las bandas, seis veces más que en 2022. La inseguridad, antes concentrada en la capital, se ha extendido a departamentos como Centro y Artibonite, agravando el colapso de servicios básicos como salud, educación y acceso a agua potable.
En Haití, incluso el último adiós se ha convertido en un lujo que pocos pueden permitirse.
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