
CAFÉ DIARIO, SANTO DOMINGO.- “El amor no se agota; se transforma. Distinguir atracción, afinidad y compromiso ayuda a cuidar la vida erótica y la convivencia cuando la novedad disminuye y la relación madura.”
Una duda habitual en consulta es si la disminución de la euforia inicial prueba que “el amor se terminó”. La respuesta clínica es más amplia: el amor es un proceso, no un estado. Cambia con el estrés, la salud y el modo en que la pareja gestiona el deseo. Distinguir tres experiencias —“me atrae”, “me gusta” y “te amo”— permite ordenar expectativas y diseñar cuidados específicos en cada etapa.
“Me atrae” nombra una activación erótica o estética sensible a la novedad y al misterio. Puede aparecer y desaparecer dentro de la misma relación, afectada por el cansancio, la ansiedad o los guiones sexuales que la pareja sostiene. Confundir atracción con proyecto vital lleva a decisiones erradas; reconocerla como un componente legítimo, pero no único, facilita trabajarla sin culpabilizar ni negar su importancia. “Me gusta” remite a la afinidad: aprecio por la forma de ser del otro, su sentido del humor, sus valores, sus modos de estar en el mundo. Este pilar crece con el respeto y las experiencias compartidas y se resiente cuando los conflictos se cronifican o uno de los miembros sacrifica su identidad para sostener el vínculo.
“Te amo” integra atracción y afinidad con una decisión de cuidado sostenido. Los modelos psicológicos describen el amor como combinación de pasión, intimidad y compromiso. En el inicio predomina la pasión; con los años, si la pareja trabaja su comunicación, crece la intimidad y el compromiso deja de ser inercia para convertirse en elección cotidiana. Interpretar la menor intensidad de los primeros meses como “fin del amor” confunde señales: muchas veces lo que disminuye es la novedad automática, mientras aumentan la confianza, la ternura y la libertad para jugar eróticamente sin tanto juicio.
El paso del tiempo introduce la adaptación hedónica: lo familiar deja de sorprender. No es una condena; es un llamado a crear novedad deliberada. En terapia se proponen “micro-novedades” que sorprendan sin forzar, rituales de deseo que marquen el paso de lo cotidiano a lo íntimo y ejercicios de atención al cuerpo y al contacto que reduzcan la autoevaluación. Cuando la ansiedad de desempeño o la discrepancia del deseo han minado el encuentro, se recurre a secuencias graduales centradas en sensaciones, no en objetivos, para recuperar sintonía.
Las etapas también pesan: hijos, cuidados de familiares, cambios laborales, menopausia o andropausia modifican disponibilidad y motivación. Un enfoque de sexología clínica invita a no medicalizar variaciones esperables ni suponer que todo cambio es patológico. La intervención prioriza planificar tiempos realistas para la pareja, flexibilizar el guion erótico y cuidar la salud física y emocional que sostiene el deseo. A veces el amor cambia de forma porque las condiciones cambiaron; reconocerlo y adaptar prácticas evita lecturas catastróficas.
Un ejercicio útil consiste en que cada miembro escriba, por separado, qué del otro le atrae, qué le gusta y qué sostiene su decisión de amar. Luego se identifica qué hábitos alejan de esas experiencias y cuáles acercan, y se elige una acción semanal para reforzar cada capa: una cita sensual que despierta atracción, un espacio de conversación sin pantallas que alimente la afinidad y un acto de cuidado concreto que honre el compromiso. Tras algunas semanas, muchas parejas reportan más intencionalidad, menos reproches y una sexualidad que se integra con el afecto y el proyecto común.
El amor que madura no es menos intenso; es más amplio. Tolera la diferencia, sostiene el consentimiento como principio ético y busca el bienestar del otro sin perder el propio. En ese trayecto, “me atrae”, “me gusta” y “te amo” dejan de competir para funcionar como capas que, juntas, hacen habitable la vida compartida.

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