
Redacciòn Global.- Desde la infancia, el juego cumple una función esencial en el desarrollo humano. A través de él aprendemos a resolver problemas, interactuar con otros y regular nuestras emociones. En psicología evolutiva se considera una conducta biológicamente necesaria, no una pérdida de tiempo.
En la naturaleza, muchos animales —como felinos, cánidos y primates— también juegan: estas conductas ayudan a entrenar reflejos, desarrollar habilidades motoras y fortalecer vínculos sociales.
En los humanos, el juego activa áreas cerebrales relacionadas con el placer, la motivación y la regulación emocional —incluido el sistema límbico y regiones de la corteza prefrontal—. Esto favorece la liberación de dopamina, un neurotransmisor asociado con la sensación de bienestar, y contribuye a disminuir los niveles de cortisol, la principal hormona del estrés.
Videojuegos: más que entretenimiento
Durante mucho tiempo se pensó que los videojuegos eran solo una distracción. Sin embargo, investigaciones de instituciones como el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Oxford muestran que, en tiempos moderados, pueden generar efectos cognitivos positivos: mejorar la memoria espacial, la atención sostenida y la velocidad de toma de decisiones.
Los videojuegos cooperativos o de estrategia también fomentan la empatía, la resiliencia y la colaboración. Esto se debe a que el cerebro enfrenta retos constantes que requieren anticipar, adaptarse y planear, procesos que fortalecen la plasticidad cerebral.
La clave está en el equilibrio: dedicar tiempo razonable sin descuidar actividades esenciales ni sustituir la convivencia real. Como señalan especialistas en neurociencia cognitiva, “el juego digital puede ser una herramienta de aprendizaje tan poderosa como cualquier otra, si se usa con propósito y moderación”.

Juegos de mesa y convivencia social
Más allá de las pantallas, los juegos de mesa ofrecen beneficios que abarcan desde la estimulación de la memoria hasta la mejora de la comunicación interpersonal. Actividades como el ajedrez, el dominó o las cartas potencian el razonamiento lógico, la paciencia y la planificación estratégica; otros, en cambio, privilegian la creatividad, la imaginación o la risa compartida.
Estudios de la American Psychological Association (APA) indican que reír y jugar en grupo reduce los niveles de ansiedad y fortalece la sensación de pertenencia social, un factor esencial para el bienestar psicológico.
Jugar también es aprender
Desde la perspectiva de la neuroeducación, el juego fortalece las conexiones neuronales y favorece la memoria a largo plazo. Cuando las personas aprenden a través de dinámicas lúdicas, el cerebro asocia la información con experiencias placenteras, lo que incrementa la retención del conocimiento.
Por ello, muchas instituciones educativas han incorporado metodologías basadas en el juego —como la gamificación—, que emplean mecánicas similares a las de los videojuegos para motivar la participación, la curiosidad y el pensamiento crítico.
Vacaciones, el mejor momento para jugar
Las vacaciones permiten reconectar con la parte creativa y curiosa que suele relegarse por las responsabilidades diarias. Dedicar tiempo a actividades lúdicas —desde un videojuego con amigos hasta un rompecabezas en familia— aligera el estado de ánimo y reactiva la energía mental.
Además, jugar facilita entrar en un estado de flujo: una concentración profunda y placentera en una tarea que reduce la rumiación mental y mejora el bienestar emocional. Este estado se ha asociado con mejor desempeño cognitivo y menor estrés percibido.
Más allá del ocio: una herramienta para la salud mental
Cada vez más especialistas en psicología y neurociencia reconocen que el juego desempeña un papel preventivo frente al estrés crónico, la ansiedad y la depresión leve. Durante el juego, el cerebro se autorregula, libera tensiones y fortalece los recursos cognitivos y emocionales para enfrentar situaciones futuras.

En un mundo dominado por rutinas aceleradas y pantallas laborales, jugar es una forma de equilibrio. No se trata de evadir la realidad, sino de recuperarla desde una perspectiva más ligera, creativa y saludable.

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