


CAFÉ DIARIO, SANTO DOMINGO. – Cada mañana, millones de personas alrededor del mundo se enfrentan a una decisión aparentemente trivial, pero que despierta pasiones comparables a las de una final de fútbol: ¿café o té? Si bien en muchos países occidentales el café lidera cómodamente la preferencia, el té —segunda bebida más consumida del mundo, solo detrás del agua— defiende su puesto con argumentos tanto históricos como científicos.
El dilema no es solo de gusto, sino de beneficios. Mientras que el café es aplaudido por su capacidad para despertar los sentidos y mejorar el rendimiento cognitivo, el té ofrece una gama más amplia de efectos sobre el organismo, desde la relajación hasta la protección cardiovascular. ¿Cuál elegir? La respuesta es más compleja de lo que parece.
Café: el estímulo potente y directo
El café, originario del norte de Etiopía, es una de las bebidas más estudiadas por la ciencia. Su principal compuesto activo, la cafeína, es ampliamente reconocido por sus efectos estimulantes sobre el sistema nervioso central. Esta sustancia mejora la concentración, el estado de alerta y la memoria a corto plazo.
Además, el café contiene ácido clorogénico, un antioxidante con potencial antiinflamatorio que protege a las células del daño oxidativo. Sin embargo, no todo es positivo: un consumo excesivo puede provocar nerviosismo, insomnio o taquicardias. La clave está, como en casi todo, en la moderación.
Té: la alternativa equilibrada
Aunque menos ruidoso en los medios occidentales, el té tiene una historia milenaria y millones de adeptos. Derivado de la planta Camellia sinensis, existen varias variedades como el té verde, negro, blanco y oolong, todos con distintos perfiles de cafeína y compuestos beneficiosos.
Contrario a lo que se suele pensar, el té también contiene cafeína (aunque a veces se le llama “teína”), y su efecto depende del tipo y preparación. El té verde, por ejemplo, es rico en catequinas, poderosos antioxidantes que podrían reducir el riesgo de enfermedades como la hipertensión y la diabetes tipo 2. Además, contiene L-teanina, un aminoácido que promueve la relajación sin generar somnolencia, creando un efecto de “alerta tranquila”.
Por su parte, el té negro contiene más cafeína que el verde y puede mejorar la función cognitiva de manera similar al café. También se le atribuyen beneficios cardiovasculares, como la reducción del colesterol LDL y la mejora del estado de los vasos sanguíneos.
Lo que no es té, aunque lo llamemos así
En la cultura popular, muchas infusiones son llamadas “té”, aunque no provienen de la Camellia sinensis. Manzanilla, tilo, menta, hibisco o rooibos son ejemplos de infusiones que no contienen cafeína y no poseen efectos estimulantes, aunque sí pueden ofrecer beneficios digestivos, calmantes o antioxidantes.
¿Y el ganador es…?
Como en todo buen combate, el resultado no es blanco o negro. Café y té son bebidas con propiedades distintas, pero complementarias. Mientras el café actúa como un estímulo rápido y eficaz, ideal para un inicio de jornada lleno de energía, el té —especialmente el verde— ofrece una experiencia más suave, con beneficios añadidos para la salud.
En definitiva, la mejor elección dependerá de los gustos, necesidades y tolerancia de cada persona. Lo cierto es que, ya sea una taza de café humeante o una infusión de té cuidadosamente preparada, ambas pueden ser aliadas valiosas para comenzar el día con buen pie.
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